Comunicación y Simulacro - Jean Baudrillard



Jean Baudrillard nació en 1929 en Remis, Francia luego de la “primera gran crisis de la modernidad”: la caída de Wall Street.  Tras doctorarse en Sociología ejerció como profesor en la  Universidad de Nanterre, París.  Más tarde ingresó en el Instituto de Investigación Social, laboratorio del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). La política comenzó a interesarle cuando la izquierda se opuso a la Guerra de Argelia. Entre 1962 y 1963 publicó críticas literarias en la revista Les Temps Modernes dirigida por Jean – Paul Sartre.

 

Convencido de que la base del orden social era el consumo y ya no la producción afirmó que las teorías  marxistas sobre el modo de producción  devienen en un imperialismo ya que todas las sociedades posibles tienen que autodescribirse en relación con el modelo productivo. De esta forma, “la historia” sería solo la historia de los modos de producción.

 

Baudrillard subraya el código abstracto del consumo, que organiza y distingue los objetos en tanto signos, no como expresiones individuales de necesidad y placer en el objeto o por el objeto sino como partes de un sistema.

 

¿Por qué no es el placer la base del consumo? Porque no tiene que ver con el disfrute sino con el deber, no surge del individuo sino de la obligación social. El consumidor debe luchar por la felicidad y el placer. Esto se contrapone a la ética puritana, sabia y próspera, que exige moderarse financieramente.

 

Para Baudrillard el objeto de consumo consiste en:

 

1. Una lógica funcional de valor de uso. Por ejemplo: un martillo que clava clavos (instrumento).

 

2. Una lógica económica del valor de cambio. Por ejemplo, puede ser intercambiado por otra cosa o por dinero (como una mercancía).

 

3. Una lógica del intercambio simbólico. Por ejemplo una alianza de casamiento que es única para dos personas, de manera recíproca: es ambivalente, y simboliza una ocasión, un momento y un lugar.

 

4. Una lógica del valor del cambio del signo. Por ejemplo, un par de aros que me pongo como signo para otros, es reemplazable y forma parte del sistema de la moda (un signo).

 

Su posición radical se resume así: A- la utilidad de los objetos no es una propiedad previa al valor de cambio; B- el valor de uso es uno de los efectos  del valor de cambio (una coartada para que los productos circulen) y C – en esta lógica, el intercambio simbólico es crucial.

 

A partir del momento en que algo es nombrado, codificado, cifrado, reaparece el circuito del intercambio. En ese momento, la “parte maldita” se convierte en un valor. En la actualidad, tanto la desgracia como la miseria se negocian perfectamente. Por decirlo de algún modo, existe una cotización de los valores negativos. Lo mismo ocurre con la deuda, que tiene algo de negativo y algo de virtual, y puede negociarse, venderse o comprarse.

 

Para Baudrillard, es un hecho que el intercambio sustenta realmente nuestra moral, al igual que la idea de que todo puede canjearse, que sólo existe lo que puede adquirir un valor, y a pasar, por tanto, de una a otra mano. Pero, al mismo tiempo, el mundo no es intercambiable ya que, en su globalidad, carece de equivalente en otro lugar.  Es así que trabaja con dos tipos de Intercambio:

 

Intercambio Simbólico: Es el lugar estratégico donde todo se pone en cuestión. Mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Con este concepto, Baudrillard intenta aproximarse a una crítica política de nuestra sociedad.

 

Intercambio Imposible: Baudrillard sostiene que el destino aproxima el concepto de intercambio imposible porque no se intercambia con nada. Es algo que, en un momento determinado, posee una singularidad que no es intercambiable con ninguna racionalidad, sea cual sea. Considera el intercambio es una trampa, una ilusión que nos lleva a actuar como si todo pudiera intercambiarse: las ideas, las palabras, las mercancías, los bienes, los individuos. Para que esta trampa funcione, es preciso que todo tenga un referente, un equivalente, en algún lugar.  O sea, una posibilidad de intercambio en términos de valor.

 

Cualquier sistema – económico, político, estético – tiene sus motivos, sus causas internas que posibilitan los intercambios. Pero existe un límite, una masa crítica, una frontera, más allá de los cuales estos sistemas carecen de sentido, porque no existe nada exterior a ellos que pueda convertirlos en valor. Entramos entonces en la dimensión casi sobrenatural del intercambio imposible.

 

En esta línea cuestionó el trabajo de la lingüística estructural - según el cual el referente del signo puede ser una realidad objetiva – argumentando que lo único arbitrario entre el significante y el significado es el acto de suponer una equivalencia entre ambos. Se distanció de Foucault por considerar que su idea de que el poder opera sobre el cuerpo supone que su existencia es verdadera y real cuando en realidad – desde se perspectiva – es un signo puro, un simulacro.

 

Baudrillard establece una distinción fundamental entre “Disimular” y “Simular”. Mientras que el primer concepto implica fingir no tener lo que se tiene  el segundo es fingir tener lo que no se tiene. Uno remite a una presencia, el otro a una ausencia.

 

La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. La era de la simulación se abre con la liquidación de todos los referentes. No se trata ya de imitación ni reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real. De esta manera, la simulación vuelve a cuestionar la diferencia  de lo “verdadero” y de lo “falso”, de lo “real” y de lo “imaginario”.

 

En la apuesta de la representación se  ha “aceptado” que un signo pueda remitir a la profundidad del sentido, que un signo pueda cambiarse por sentido y que cualquier cosa sirva como garantía de este cambio. Entonces, todo el sistema queda convertido en un simulacro no pudiendo trocarse por lo real pero dándose a cambio de sí mismo dentro de un circuito ininterrumpido donde la referencia no existe.

 

Mientras que la representación intenta absorber la simulación interpretándola como falsa representación, la simulación envuelve todo el edificio de la representación tomándolo como simulacro. Baudrillard grafica la forma en que circulan los signos cada vez más, cómo dominan y luego reemplazan lo real de la siguiente manera:

 

Primer Orden de los Simulacros: Dominado por la falsificación. Enmascara y desnaturaliza una realidad profunda. Cuando los signos se emancipan del deber, pueden simular que son cualquier cosa. Ahora abarcan todos los aspectos de la vida social y brindan un equivalente esquemático para reemplazarla. El signo se libera y no se refiere a las obligaciones sino a los significados producidos (sentidos del status, la riqueza, el prestigio). La mayoría de las clases realizan este intercambio de signos.

 

Segundo Orden de los Simulacros: Dominado por la producción y las series. Los signos producen masivamente todo al mismo tiempo y en escala gigante por medio de la tecnología fabril. Son repetitivos, sistemáticos, funcionales, y hacen que las personas sean todas iguales (como en el sistema de los objetos). En las series industriales, el signo no es una falsificación de un original, sino que se refiere, en cambio, indistintamente a otros signos de la serie. El origen no es un problema.  Como sucede con la ciencia ficción, son proyecciones imaginarias de la producción, la velocidad, el poder, la energía y la inventiva.

 

Tercer Orden de los Simulacros: Dominado por la simulación. Marcado por los grandes avances en la ciencia y la informática. Lo digital, la genética y la cibernética  son ejes claves de la simulación. Lo real no es sólo lo que puede ser reproducido; es lo que ya está reproducido siempre. Es lo hiperreal: lo que es más real que lo real. Cuando lo real deja de ser lo que era, la nostalgia cobra pleno sentido. Entonces, la simulación revive los mitos del origen y autenticidad y de la experiencia “vivida”. Amenaza lo real simulándolos.

 

En la época del objeto, la teoría no puede pretender representar al mundo, debe tomar la forma de un mundo donde la verdad cedió. Baudrillard advierte que el objeto (los sucesos, la sociedad, la información, etc) se venga diabólicamente de todos los intentos de convertirlo en un sujeto real de la tecnología, la ciencia y el racionalismo.

 

En 1983, denominó Estrategias Fatales a este extremismo de los objetos. Estas estrategias no son simples resistencias al poder y al sentido. Han de exacerbar, redoblar, intensificar e ironizar, escapando así a la voluntad del sujeto. En esto consiste el genio maligno del objeto.

 

Es así como las estrategias fatales se desplazan a los extremos:

 

Lo social: no se opone a lo antisocial sino que es intensificado por el hiperconformismo de las masas – lo más social que lo social - .

 

El sexo: no se opone a la represión ni a la moral sino que es invertido por lo pornográfico - lo más sexual que lo sexual -.

 

Lo real: no se opone a lo imaginario sino que es acelerado por la hiperrealidad – lo más real que lo real -.

 

El movimiento: no se opone a lo inmóvil sino que es aumentado y se convierte en velocidad.

 

La fealdad: no se opone a la belleza sino que es más feo que lo feo, lo monstruoso.

 

La verdad: no se opone a la falsedad sino que es más verdadero que la verdad, es la simulación.

 

La hipótesis de Baudrillard es que ya hemos franqueado el punto de irreversibilidad, y que ya estamos en una forma exponencial e ilimitada en la que todo se desarrolla en el vacío, hasta el infinito, sin poder apuntalarse en una dimensión humana, donde se pierde a un tiempo la memoria del pasado, la proyección del futuro y la posibilidad de integrar ese futuro en una acción presente.  Si ya no existe un  final, una finitud, si es inmortal, el sujeto ya no sabe lo que es. Y esa inmortalidad es precisamente el fantasma último de nuestras tecnologías. 

 

Referencias:

Baudrillard, J. (2003.). El Sistema de los Objetos. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI.

Baudrillard, J. (1993). Cultura y Simulacro. Barcelona: Kairós.

Baudrillard, J. (1991). Estrategias Fatales. Barcelona: Anagrama, Colección Argumentos.                                 

Baudrillard, J. (1991). La Transparencia del Mal. Barcelona: Anagrama, Colección Argumentos.

 


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